octubre 07, 2014

LA CRUZ DEL SUR


                                                                                                         Para Papá


Sus ojos no dejaban de mirar al cielo, quizás por eso no los vio venir. El primer disparo le rozó la mejilla derecha. Un segundo impacto ingresó justo por debajo de la tetilla izquierda. Sintió como el plomo, en su derrotero asesino, le astillaba el hueso. Pronto se le empapó la camisa de sangre. Volvió a mirar la bóveda celeste y sin dudar comenzó a correr a través de las calles desiertas. 

La primera salida que compartieron fue la experiencia más excitante de sus cortas vidas. Apenas cumplidos los 10 años ya profesaban una llamativa adoración por la Astronomía. Martín fue el que convenció a Verónica para que lo acompañara al observatorio. A partir de ese momento, los dos amigos no pudieron dejar de contemplar los misterios del universo. Durante los veranos, se escapaban después de cenar y tendidos en la terraza de la abuela de Vero, observaban con deleite los millones de habitantes de aquel mundo tan bello como desconocido. Cuando terminaron la escuela secundaria, comenzaron a estudiar Astronomía. Su pasión por los astros fue creciendo a medida que los conocimientos fueron avanzando. En el transcurso de una de las clases, descubrieron su constelación favorita: La Cruz del Sur. No podían creer lo que sus ojos observaban a simple vista. Era la medianoche de un 12 de Abril y el grupo de estrellas se hallaba en lo más alto del horizonte. Desde tiempos remotos, la ubicación de la Cruz en el firmamento astral fascinaba a los marinos, ya que oficiaba de providencial ayuda marcándoles el rumbo. Como bien afirmaba la leyenda mocoví, Alfa y Beta Centauri parecían dos perros amenazadores que perseguían a la Crux, que en su forma de ñandú, corría una eterna carrera por el cielo. Desde ese momento, aquella fue "su" constelación. 
Nunca habían cruzado la barrera de la amistad. De hecho, Verónica se puso de novia con un profesor de física y Martín salía desde hacía unos años con la hermana menor de un amigo. Sin embargo, el amor por el universo los unía cada día más. Ambos sentían que el resto de las personas, no alcanzaban a comprender lo que ellos experimentaban. Durante el segundo trimestre lectivo, Martín faltó unas cuantas veces a clase. Verónica intentó contactarlo, pero todo fue en vano. Regresó una semana después y en el bar de la facultad decidió contarle la verdad. Su novia estaba embarazada y se negaba a seguir viviendo en Buenos Aires. Se iban a casar y su suegro le conseguiría trabajo en la provincia de Córdoba. 
-¿Vas a dejar de estudiar? –susurró Verónica desconcertada. 
Martín no respondió. Se acercó a su amiga y le rozó los labios con un beso tibio y fugaz. No volvieron a verse. Verónica culminó la carrera universitaria y se convirtió en una destacada astrónoma. Se casó con su antiguo profesor y fue madre de dos niños. Sin embargo un secreto le consumía el alma: no había una sola noche en que no mirara en dirección a la Cruz del Sur y que ansiara con desesperación volver a encontrar a su amigo. 

La despertaron los disparos. Se lanzó de la cama y fue a revisar el cuarto de los chicos. Suspiró aliviada, ya que sus hijos dormían plácidamente. Sabía que su marido no estaba en la casa, pues todos los martes se reunía con los amigos en un bar del centro. Los golpes en la puerta la asustaron. Se quedó paralizada, sin saber cómo reaccionar. 
-¡Vero, soy Martín! 
La mujer pensó que estaba alucinando. Abrió la puerta con cuidado y ahí lo vio, tirado en la vereda en medio de un enorme charco de sangre. Entraron a la casa a los tropezones. Lo acomodó sobre el sillón y consiguió unos almohadones para sostenerle la cabeza. Con mano temblorosa intentó cubrir el agujero por donde manaba la sangre. Martín la miró a los ojos.
-Hola… 
Histérica, le devolvió la mirada y chilló descontrolada: 
-¡Martín! ¿Qué te hicieron? 
Él la seguía observando con atención.
-Voy a llamar al 911. 
Martín con la escasa fuerza que le quedaba, se aferró al brazo de Verónica. Estaba fuera de sí. No sabía que hacer. Él volvió a hablar. 
-Vero, hoy es 12 de Abril…Te pido un último favor. 
Un sollozo le estranguló la garganta. Verónica arrastró el cuerpo de Martín y con esfuerzo alcanzó a llegar al jardín. El espacio era pequeño. Se recostaron sobre le pasto. Ambos miraron hacia el cielo. Allí estaba La Crux brillando como de costumbre. 
-Por más que lo intenten, Alfa y Beta no la van a cazar. -murmuró la mujer entre lágrimas.
Martín no pudo contestarle. La sonrisa y las pupilas clavadas en el cielo.

Hola a todos! 
Este relato fue publicado por primera vez en la plataforma digital Liibook el 14 de Septiembre del 2009. Ese día era el cumpleaños de mi papá y lo escribí para él. Aún recuerdo su sonrisa y su emoción cuando se lo leí: no era para menos, por fin su hija se decidía a empezar a mostrar las historias que él sabía que escribía desde hacía tanto tiempo. 
Hoy hace 4 años que se fue. Voy a mirar al cielo. Seguramente está sonriendo.

Un abrazo para todos y gracias por acompañarme siempre.
Bee.-





agosto 06, 2014

NEIGHBORS II



Dedicado a mi amigo el Negro Dib

Cargo los frascos de mermelada, cierro la puerta del departamento y bajo por las escaleras. Salir a la calle es una experiencia casi despiadada. El temor por ese espacio abierto me quita la respiración. Pero es una cuestión de supervivencia: no cuento con otro ingreso más que la venta de las conservas. Pegada a la pared del edificio y mientras espero el paso del semáforo, escucho el ruido de las persianas abriéndose de par en par. Sonrío. Casi las 9 de la noche y el vigía recién se atreve a asomarse a la vida, pues durante el día atisba escondido detrás de las cortinas. Entonces me ve, dibuja una mueca de disgusto –detesta ser descubierto- pero se recompone y me regala un amago de sonrisa. Aunque no lo admita, ya somos conocidos. Recuerdo sus ojos asombrados al comprender que yo cocinaba la jalea que compraba en el almacén de don Mario. Aquel atardecer nos enfrentó por primera vez. No hubo palabras, ni un mínimo comentario, sólo un breve intercambio de miradas. Fue suficiente para los dos. 
Avanzo por la vereda apurando el paso, ya es tarde, quizás don Mario no pudo esperarme. Sin embargo ahí está, parado con los brazos en jarra, en la entrada de la tienda. “Gracias”, murmuro ruborizada. Don Mario simula una queja para luego lanzar una carcajada. “No te preocupes, Lechuza -responde agitando una mano en el aire- mi mujer aún no ha preparado la comida”. 
Estoy por volver a casa, pero al atravesar la plaza me llaman la atención unas luces de colores que decoran la vidriera de la vieja librería Litterae. Entonces lo veo. En medio del escaparate, un afiche anuncia la reedición de un libro de cuentos. El rostro de mi vecino “el escritor” aparece en la contraportada inmortalizado en una fotografía en claroscuro. No lo pienso demasiado. Salgo del local leyendo las primeras líneas de un cuento muy curioso, “Ciegos” anuncia el título… 

Suena el timbre. El hombre maldice una docena de veces antes de abandonar el ordenador. Está contrariado, es medianoche y después de desechar cientos de bocetos… No es justo, es su momento de escribir. Los insistentes timbrazos lo obligan a atender. Abre la puerta de un tirón. Sobre la alfombrilla de entrada reposa un frasco de mermelada. Sabe que no hay nada más, por esa razón recoge la jalea y vuelve al escritorio. Mientras prueba el dulce con los dedos, una ligera curva se adivina en su boca. 


Nota: 
Este relato es la continuación de la pequeña historia “Neighbors” y de la bendita retroalimentación que nunca deja de sorprenderme. 
Abrazo para todos. 
Bee.-

julio 06, 2014

ESE OTRO ESPACIO Y TIEMPO...


El viaje en el subterráneo era tan sólo una travesía urbana que la llevaba de un lugar a otro. Obligada por las circunstancias laborales formaba parte de aquella masa de heterogénea humanidad: cuerpos cansados, olor a encierro y ese parpadear de luces al cual nadie se termina de acostumbrar. 
Una mañana lo vio trepar al vagón de la línea B en la estación Malabia. A partir de aquel instante, esos quince minutos de trayecto de subte fueron para ella como una excursión adolescente. Quizás impulsada por ese otro espacio y tiempo -como aseguraba don Julio- su vida monocorde se convirtió en una experiencia embriagadora. En medio de aquellos compañeros circunstanciales, la figura del hombre destacaba perfecta. Se frotó los ojos para verlo mejor. Apoyado contra el marco de la puerta, luchaba por mantenerse en pie ante el zarandeo de la formación. En honor a la verdad, no era muy diferente a la mayoría de los mortales, pero sin dudas el rasgo que lo distinguía era su piel blanca iluminada por los rayos de sol que irrumpían a través de los tragaluces del techo. 
Mas el detalle que despertó su curiosidad fue el empeño del aquel desconocido por mantener el equilibrio y escribir en la pequeña agenda. A pesar del traqueteo del viaje, del paisaje cavernoso, de los efluvios pestilentes, el lápiz volaba ágil sobre las hojas blancas. Ella observaba los gestos, el ceño fruncido y fantaseaba con la idea de ser una musa inesperada. Hasta ese momento no habían intercambiado miradas, por esa razón su posición era ventajosa. Podía observarlo hasta el hartazgo, almacenando cada expresión o adivinando por su semblante alguna inquietud que lo asaltaba. 
Una risa chillona alteró la rutina. Los ojos del escritor se desviaron por primera vez clavándose en los suyos como dos esferas ardientes. Durante mucho tiempo tuvo en claro que existía una edad para dejar de ruborizarse. Estaba equivocada, las mejillas ardientes demostraban lo contrario. El hombre, abriéndose paso entre la multitud, se aproximó hasta su asiento. Acercó la cara hasta detenerse a pocos centímetros de la suya. Entonces insinuando una media sonrisa, dijo: 
-Hola.
Se dejó invadir por un delicioso remolino emocional. Con el rabillo del ojo alcanzó a leer una frase escrita en una hoja de la libreta: “Agitando el mundo subterráneo”.
La invitó a tomar un café. Ella aceptó. Pero esa es otra historia.


Y una tarde de otoño, abandoné mi letargo y me largué a publicar esta instantánea -como bien dice mi amigo el Negro Dib- con la intención de reconectarme con el blog y disfrutar de escribir una historia pequeña. En el último mes me dediqué a escribir cuentos más largos y a leer mucho. Les agradezco de corazón todas las muestras de cariño que me hacen llegar y les pido disculpas por mis ausencias en sus blogs. Simplemente me estoy dando un respiro, y como ya saben, cuando leo a los amigos, necesito poner toda mi atención. De lo contrario estaría siendo un trámite y nunca haría eso con la gente que quiero y respeto. 
Les dejo un abrazo enorme para todos y un saludo cordial a los lectores anónimos que siguen las historias que se publican en el blog. Nos vemos pronto.
Bee.-

mayo 23, 2014

EL LADO OSCURO


Amadeo Landa ignoraba el significado de la palabra violencia hasta que descubrió la infidelidad de su mujer. A partir de ese momento no volvió a conciliar el sueño, apenas lograba dormitar recostado en las ventanillas de los trenes o durante las tardes, apoyado sobre el cristal de la vidriera de un bar que lo cobijó durante aquel fatídico invierno porteño. 
De pureza en la mirada, de conducta intachable, de lealtades firmadas en el altar de la parroquia Nuestra Señora de las Mercedes, Amadeo siente que ya no queda nada. En efecto, la traición provocó un quiebre y de pronto se encontró fantaseando con la idea de matarla. Esa entelequia no le impidió reconocer su ignorancia para materializar la sugestiva ilusión. Debía ensayar, entonces consideró la opción más cercana: se fue aproximando sigilosamente a la jaula pintada de color dorado; después de todo aborrecía a aquel loro parlanchín que lo hostigaba día tras día. La bravuconada resultó todo un fiasco, pues terminó con un nudo en la garganta y las manos vacías. 
Más tarde evaluó otra alternativa. Compraría balas en un decrépito negocio de Barracas, el cual y a simple vista parecía el lugar de reunión de antiguos cazadores de perdices. Cargar las municiones en la recámara, retroceder el martillo, disparar… Una catarata de espasmódicas carcajadas derivó en un inconsolable llanto saturado de lágrimas gruesas, inmaculadas. 
Tras meditar un largo rato concluyó que existía otra salida más cruel y menos sanguinaria. No experimentó remordimiento al ingresar al dormitorio conyugal. Atravesó el cuarto dando zancadas seguras, se acercó al armario y abrió las puertas de par en par. Lo sorprendió un orgasmo traicionero, un preanuncio de la futura satisfacción producto de la venganza. Arrancó los vestidos del perchero y confeccionó una montaña informe, multicolor. Él también había amado aquel ajuar, el mismo que ahora destrozaba a fuerza de tajos salvajes, víctima de una furia desconocida. Por un instante hasta se imaginó el rostro horrorizado de su mujer contemplando la dantesca escena. Pero esa fantasía no aconteció. Alba no regresó a casa, ni se esa noche ni ninguna otra. 
Se quedó solo, rodeado de jirones de tela y con el tormento de comprender que él, Amadeo Landa, también podía llegar a matar.

mayo 09, 2014

... y PARACUENTOS estuvo de Feria

Como había prometido en la entrada anterior, esta es una crónica del paso de "Lo mejor de Paracuentos 2013" por la 40º Feria Internacional del Libro en Buenos Aires.
No va a ser una reseña circunspecta, mucho menos ceremoniosa. Se trata de una semblanza que intentará transmitirles la felicidad y el agradecimiento a todos los que participaron de diferentes maneras: A la familia, a los amigos, a los escritores y a los lectores conocidos y anónimos; sin ellos nada hubiese sido posible.
El encuentro fue el pasado sábado 3 de Mayo a las 19.00 hs. en el Pabellón Verde, Stand 823 de la Editorial Dunken. Y aunque parezca paradójico, esta vez, las palabras van a cederle el espacio a las imágenes. Muchísimas gracias  a todos!
Bee.-
P/D: Y pronto volvemos con las historias. Porque de esto se trata "esta historia" 

ESCRIBIR. Siempre ESCRIBIR. 






Los Paracuentistas
Izq. a der: Osvaldo Ferrari, Marina Ferrari, Leonardo Lafflitto, Bee Borjas




Con mi amigo, el escritor Humberto Dib

Con la fotógrafa Rox Boyer








Con mis amigas del alma, Mariel y Paula

Y papá estuvo presente...


El grupo Paracuentos lo conforman: 
Diana Beláustegui, Marina "Butterfly" Ferrari, Leonardo Lafflitto, Renate Môrder, Patricia Nasello, Osvaldo Ferrari y Bee Borjas. 
Gracias amigos queridos!

mayo 03, 2014

La aventura del Paracuentos llegó a "La Feria Internacional del Libro en Buenos Aires"



DIANA BELÁUSTEGUI - BEE BORJAS - BUTTERFLAY - LEONARDO LAFFLITTO-
RENATE MÔRDER - PATRICIA NASELLO - JOSÉ OSVALDO FERRARI


Y llegó el día. Hoy "Lo mejor de Paracuentos 2013" se presenta en la "Feria Internacional del Libro en Buenos Aires": Pabellón Verde, Stand 823, 19.00hs.
En mi nombre y en el de mis amigos/colegas que participamos en esta estupenda antología, les agradecemos todo el apoyo y los invitamos a visitarnos a partir de las 19.00hs para charlar y firmar ejemplares. 
Un especial agradecimiento a todos los amigos y lectores anónimos que residen lejos y que no pueden participar en vivo, pero sí están -se los aseguro- en nuestros corazones.
Un abrazo enorme y pronto publicaré una reseña con fotos y comentarios para compartirlo con todos.
Cariño eterno, 
Bee Borjas.-

abril 20, 2014

EL INMORTAL


Dedicado a Lilian Biscayart Melo, 
amiga mágica y sensible


Cuando resolví escribir mi primer libro, nunca imaginé los sucesos que más tarde acabarían validando aquella decisión. No fue fácil organizar la nueva rutina hogareña, pero sin dudas la tarea más ardua radicó en soportar los reproches sutiles de la familia; ni siquiera se entusiasmaron ante la ocasión de disfrutar de una libertad tantas veces reclamada. 
Durante el otoño puse manos a la obra decretando ciertas normas de trabajo: eliminar la posibilidad de estudiar utilizando las herramientas de Internet y recurrir a los servicios de mi paraíso personal, la biblioteca Carlos Guido y Spano, que se encuentra en Güemes al 4600. 
Un Abril –inesperadamente tórrido- intentaba someter la dudosa cordura porteña. Todas las tardes llegaba al edificio sofocada, abochornada. Me quitaba las sandalias y recogía la falda. La frescura del piso marmóreo relajaba los músculos, pero no alcanzaba para serenar el pensamiento. A pesar de estar amparada por aquel templo, la intranquilidad hacía estragos en mi espíritu. Estaba aterrada, vacilante. Muchas dudas, pocas certezas. Temí que el desconsuelo acabara por vencerme.
Aquel lunes, una neblina pegajosa acaparó toda mi atención. Los vidrios de las ventanas cubiertos por un vapor espeso, casi alucinógeno, me narcotizaron la razón. Di un par de cabeceos, incluso recuerdo haber atajado un asomo de pesadilla. De pronto un tartamudeo cercano despertó todos los sentidos. Entonces lo vi. La sonrisa torcida, los ojos débiles. “No se asuste”, balbuceó tímido. Yo, sin dejar de temblar, aventuré un “Usted está muerto”. Volvió a sonreír y agregó sentencioso: “El tiempo es la sustancia de la que estoy hecho”. Permanecí callada, expectante; Borges seguía mirándome sin ver. Permanecimos en silencio un rato largo. 
Ahora, reflexionando, creo que me leyó la mente. “El éxito y el fracaso son dos impostores, señora. El arte sucede”. Confieso que a partir de ese momento, relajé la tensión. Todos los recelos, esa incertidumbre que se abalanza sobre la hoja en blanco, desapareció atrapada por el genio. 
Sin pausas, nos acompañamos un mes seguido. Nunca volví a preguntarme si aquella experiencia era real. Cuando asistí a nuestro último encuentro, no hubo espacio para la tristeza. “Gracias”, susurré conmovida. 
Me estrechó la mano. La piel era suave, como de papel.
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